lunes, 15 de agosto de 2011

Artista Presente. Entrevista al Artista Eduardo Molinari.


Entrevista realizada por Nancy Garín
Para LatinArt.com

¿Cómo y cuándo nace la idea del Archivo Caminante?

Eduardo Molinari: Si bien las relaciones entre arte e historia siempre estuvieron presentes en mi trabajo artístico, la práctica concreta que va a dar origen al Archivo Caminante comienza en 1999. Mi formación artística es en el dibujo y la pintura, y ese año visité el Archivo General de la Nación (AGN) en Buenos Aires, para buscar unas fotos de la historia argentina que me interesaba pintar. Esas fotos -sobre la transmisión de mando de los presidentes, el momento en que se pasan la banda y el bastón- no las encontré nunca, al menos no del modo que yo pensaba. La experiencia en el archivo resultó en cambio fascinante y generó un acercamiento a una fuente que por sus calidades estéticas, materiales y por el particular dispositivo de despliegue, provocó cambios drásticos en mi práctica artística: no volví a pintar más. En cambio, y al cabo de ir durante todo el año 1999 al AGN y obtener, como fruto de la investigación, un repertorio de imágenes sobre la historia argentina, se hicieron presentes en mi labor la fotografía y el caminar como práctica artística. Tuve la necesidad de salir a generar mis propios documentos, para poder dialogar de modo no subordinado con la narración oficial de la historia. Comencé a transitar la ciudad (y la naturaleza) en busca de sitios de encrucijada, lugares en los que el pasado, el presente y el futuro se encontraban.
Mi archivo (hasta el 2001 sin nombre) iba tomando cuerpo a partir de tres fuentes o tipos de documentos: las copias del material fotográfico oficial del AGN, las fotografías de mi autoría que tomo en caminatas y por último, lo que yo llamo documentación chatarra o basura, residuos y fragmentos de los medios masivos de comunicación (revistas, diarios, gráfica en general) y publicaciones (libros, posters, postales, mapas, etc.). Con estas tres partes, unidas a través de la técnica del collage manual, se crean los Documentos del Archivo Caminante (Doc/AC).

¿Cuál es primer proyecto enmarcado en este proyecto-proceso que es el Archivo Caminante y cómo ha sido ese proceso en relación a los proyectos colectivos en los cuales participas?

Eduardo Molinari: En el año 2001, a raíz de haber sido seleccionado por el Programa de cooperación y confrontación entre artistas TRAMA, para desarrollar un trabajo sobre “Prácticas artísticas y su contexto social”, realicé una caminata en el paisaje sindical, el territorio patrimonial de los sindicatos en Buenos Aires, una geografía alterada por el neoliberalismo de los años 90. Luego de esa experiencia que culminó con la obra Columna vertebral, una intervención en las columnas de la actual Facultad de Ingeniería de la UBA, ex Fundación Eva Perón, y la realización de una serie de impresiones gráficas, decidí fundar, con el nuevo nombre, el Archivo Caminante.

La relación del Archivo Caminante con los procesos colectivos de los que participo está teñida, desde sus inicios, justamente por la dinámica del caminante: es una relación siempre en contexto, siempre vinculada a otros, siempre abierta a nuevos saberes y prácticas. Por eso es que defino al AC como una tarea en la que el caminar como práctica estética, el accionar colectivo e interdisciplinario están en su centro.

El nombre del proyecto indica una ruptura o diferenciación con el paradigma hegemónico de la Argentina de los años 90, encarnado en la figura del artista Guillermo Kuitca (y que generó tendencia a partir de su cercanía con las prácticas curatoriales del Centro Cultural Ricardo Rojas y de las becas que llevan hasta hoy su nombre): el paradigma del artista errante, des-contextualizado y des-historizado.

El AC no es un archivo “nómade” ni “errante”. Es caminante, pues va de un sitio a otro, de una persona a otra, de una generación a otra, transportando -como las mulas- recuerdos/potencia, cargas consideradas valiosas, incluso secretas, por territorios difíciles de transitar, y creando una concepción de movimiento en la que es fundamental saber cuándo moverse y cuando detenerse.

¿Cómo se relaciona este proyecto-vida-obra con tu trabajo docente? ¿Cómo visibilizas la creación de formas alternativas, proyectos de nuevas pedagogías, des-educación, etc.?

Eduardo Molinari: La relación es de involucramiento e indisolubilidad. Me defino a mi mismo como artista y docente, son dos caras de la misma moneda. Creo que el arte -a través de la posibilidad de materializar nuestros imaginarios- tiene una enorme potencia de transformación social. Estando en Berlín, unas semanas atrás, escuché a Edgar Arandia, director del Museo de Bellas Artes de La Paz, hablar de sus desafíos en esa institución, cargada de una larga historia imperial e imperialista, una historia de violencia, exterminio y saqueo. El dijo que para la nueva etapa, el desafío es que ese dispositivo sirva para “informar, formar y transformar”. Me gusta mucho esa trilogía pedagógica.

En nuestros países, en nuestra región, la educación artística tiene características especiales, luego del proceso de desmontaje neoliberal de los años 90. La ley de educación de Menem-Cavallo destruyó las escuelas de arte públicas y gratuitas: desarticuló los tres niveles de enseñanza (magisterio, profesorado, posgrados) y creó una nueva institución que todavía no ha logrado estar a la altura de las necesidades sociales. Pero… es la única instancia sobreviviente de enseñanza artística gratuita en el país.

Por lo tanto, creo que para analizar desde una perspectiva de “alternativas” o “des-educación”, debemos ser muy prudentes, debemos conocer el territorio sobre el que nos estamos moviendo. No me interesa para nada fomentar el desmantelamiento de la enseñanza artística pública gratuita. La privatización de la misma a través de talleres y universidades privadas, la construcción de instituciones de falsa condición autónoma o independiente (cuando en verdad dependen del dinero de estados nacionales extranjeros o fundaciones privadas ligadas a los frutos de la política de privatizaciones) o la proliferación de “clínicas” me parecen síntomas de un proceso muy perverso: la necesidad del semiocapitalismo de producir un uso del lenguaje (en este caso visual) en el que la recombinación de signos es más importante que la producción de sentidos o significados.

El semiocapitalismo habla de “artistas emergentes”, de estéticas “alternativas”, de la necesidad de liquidar a las “viejas instituciones académicas”. Sin embargo, lo cierto es que son pocos los sujetos sociales que pueden circular por esas “nuevas” instituciones. El ejemplo en Argentina más clarificador para mí de estas políticas culturales que perpetúan el simulacro y la recombinación de signos sin significado (como modo de control de las elites sociales de los nuevos imaginarios sociales y populares), o también podría decir con significados funcionales a dichas elites, son:

-La CIA (Centro de Investigaciones Artísticas) -una sigla de por sí elocuente de la lógica discursiva que se pretende instalar- una institución “alternativa” que dice fundarse por la preocupación de sus fundadores por la formación artística.
-La Universidad Di Tella, un enclave privado, elitista, con filtros aún pagando dinero, en el que se desarrollan seminarios de formación y actualmente la beca Kuitca.
En ambos casos, se pretenden objetivos de “des-educación” de los modos académicos.

Creo que es necesario fortalecer la educación pública gratuita, desde el nivel primario, desde los niños. Creo que es allí adonde se debe concentrar el esfuerzo por producir dinámicas de apertura de nuevos imaginarios, enfatizando la necesidad de salir de la lógica de la historia de los estados nacionales y sus fronteras, promoviendo las visiones, las imágenes que nos hablen de nuestros problemas comunes, para encontrar soluciones comunes. Creo que es imperioso para la región que se continúe con los procesos instituyentes post-90, en busca de nuevas institucionalidades, no de “alternatividades” que solo sirven a quiénes lucran con esos falsos “afueras”. Creo que la “des-educación” hoy consiste en -como dije antes- evitar reproducir narrativas e imaginarios ligados a los estados nacionales y en encontrar los hilos que unen a las experiencias sociales y culturales de transformación, de búsqueda de mayor justicia social.

Esto quiere decir para mí, por ejemplo, enseñar (en mi caso a través de las prácticas artísticas) a seguir las rutas que en nuestra vida cotidiana nos llevan de modo tan natural como invisible al conocimiento de nuestras condiciones de vida: la ruta del agua, la ruta de las plantas, la ruta de los alimentos, la ruta de las decisiones, la ruta de los medios de comunicación y su discursos, la ruta de las decisiones políticas, la ruta de las imágenes artísticas, etc.

Enseñar pensado como compartir saberes y la construcción de nuevos saberes para que todos podamos ser parte de esos caminos, y que no solo sean transitados por quienes pueden pagar los peajes o quiénes cuentan con autorización y legitimación del poder para ello.

Enseñar a construir otros mapas, no “alternativos” sino propios.

¿Puedes explicarnos un poco el concepto de semiocapitalismo que viene del trabajo de Franco Berardi “Bifo” y como está elaborado en tu trabajo?

Eduardo Molinari: Está un poco explicado en el punto anterior. Durante mi investigación para la obra Los niños de la soja, que es un recorrido al interior del rizoma sojero, del proceso conocido como la “sojización” de la Argentina, que hace que más del 50 % de la superficie total cultivada en nuestro territorio sea de soja transgénica (esto es, más de 18 millones de hectáreas), descubrí que había una operación en común entre biotecnología y cultura: la operación de recombinación. En un caso recombinación de genes de origen mineral, vegetal y animal, para la creación de plantas transgénicas, como la soja RR, única sobreviviente a los efectos del Roundup, nombre comercial del glifosato de Monsanto. También recombinación de modos de propiedad de la tierra para dar origen a los protagonistas centrales de este proceso: los pools de siembra. También recombinación de fragmentos de nuestras vidas (aquí comienzo a seguir a Bifo) como característica central de los modos flexibles y cognitarios de trabajo. En la cultura (siguiendo a Bifo) se da una recombinación de signos sin importar su significado. La principal labor del semiocapitalismo es la utilización perversa del lenguaje, transformando en información todos los procesos de transformación. La producción de valor (de plusvalía) se localiza entonces en la misma recombinación. Esto me lleva a preguntarme, y esto está en el centro de una nueva educación, emancipadora, ¿qué tipo de cultura precisa un modelo económico de monocultivo de transgénicos? ¿Qué paradigma de artista, qué tipo de imágenes precisa este tipo de organización económica, esta nueva política de producción global de alimentos? Una respuesta, no muy positiva, es: el neoliberalismo hoy necesita de una cultura transgénica. Pero claro, siempre hay semillas de rebelión.

¿Cómo a través del Archivo Caminante se van creando redes?

Eduardo Molinari: Las redes -desde 1999- se van creando a través de la experiencia concreta con los compañeros en el camino. Los lazos son fundamentalmente el producto de no tomar la política y los problemas sociales como “tema”, sino de la necesidad de que el Archivo Caminante (mi hacer concreto) se desarrolle al interior de los procesos transformadores, que sea una presencia más junto a los otros. En ese sentido, siempre he tratado y trato de que la investigación con métodos artísticos se desarrolle como un modo de compartir las inquietudes, las preguntas, la búsqueda de respuestas con otros, por fuera del “bunker del arte contemporáneo”. A veces se logra más, a veces menos. No soy muy amigo de la palabra “redes”, prefiero los quipus.

¿Cómo es el futuro inmediato y el más a largo plazo de Archivo Caminante, de la obra de Eduardo Molinari?

Eduardo Molinari: En este momento me encuentran junto a mi compañera y artista, Azul Blaseotto, iniciando una experiencia de construcción de un espacio autogestionado, La Dársena_Plataforma de pensamiento e interacción artística. Este es un ex-kiosco en el barrio de Almagro, en Buenos Aires, en el que -a escala humana, sin subsidios- estamos desarrollando un proyecto de intercambios y experimentos, un intento de fisurar la hegemonía del discurso que desde su “preocupación por la formación artística” ha dado una vuelta de tuerca más a la domesticación de los artistas, que creen que deben ser sus propios gestores, managers y triunfar rápidamente, yendo a las “clínicas” pertinentes. Nuestra intención es repensar las políticas de recepción y circulación de nuestras imágenes, poder construir colectivamente pensamiento y aportar narrativas e imaginarios que nos ayuden a materializar un mundo más feliz, más libre y más justo. En ese contexto, he decidido hacer público mi archivo, que podrá consultarse dos veces por semana. Y también estoy pensando en mi nuevo trabajo, luego de Tras los pasos de los Hombres de Maíz y de Los niños de la soja.

jueves, 19 de mayo de 2011

Acampadas por todo España¡¡


Esperemos que esto se mantenga y vaya creciendo al igual que la conciencia y las propuestas reales¡¡

http://acampadabcn.wordpress.com/mapa-de-les-acampades/

domingo, 24 de abril de 2011

Un Bien Muy Preciado

ENTREVISTA EXCLUSIVA

Dice que la invitaron a venir a la Argentina muchas veces, que nunca llegó a concretarse la visita, pero que esta vez parece que los famosos talleres se harán realidad en Buenos Aires antes de que termine 2011. Mientras tanto, en conversación con SOY Beatriz Preciado, una de las voces fundamentales del postfeminismo, la teoría queer, el activismo trans o, mejor dicho, el pensamiento contemporáneo, vuelve sobre sus pasos académicos e íntimos mientras reconstruye sus ideas sobre las modernas formas de construcción de poder y sobre las nuevas formas de biopolítica del capitalismo actual.



http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1851-2011-02-18.html

Un bien preciado

Fotografía: Lydia Lunch.

Entrevista realizada para Suplemento Soy -Pagina 12
Por Nancy Garín Guzmán



Dice que la invitaron a venir a la Argentina muchas veces, que nunca llegó a concretarse la visita, pero que esta vez parece que los famosos talleres se harán realidad en Buenos Aires antes de que termine 2011. Mientras tanto, en conversación con SOY Beatriz Preciado, una de las voces fundamentales del postfeminismo, la teoría queer, el activismo trans o, mejor dicho, el pensamiento contemporáneo, vuelve sobre sus pasos académicos e íntimos mientras reconstruye sus ideas sobre las modernas formas de construcción de poder y sobre las nuevas formas de biopolítica del capitalismo actual.

Autora imparable, activista política, irónica, directa y didáctica, aunque hable de cuestiones que todavía tienen fuerte resistencia en el sentido común y en el discurso de los medios. Se llama Beatriz Preciado, es española, se formó en Estados Unidos y vive en Francia, pero el lugar de pertenencia tanto como el género son espacios muy difusos y cambiantes en su vida. Verla, escucharla hablar, casi tanto como leer sus libros, ya es de por sí un espectáculo de iluminación. Para quienes no la conocen, con sólo tipear su nombre en Youtube se pueden espiar entrevistas y conferencias a lo largo de los años con sus correspondientes cambios físicos y teóricos. Para quienes no la han leído, aparecen a lo largo de esta nota los tres títulos que la han puesto en la cima del pensamiento queer. Textos densos y teóricos, es cierto, pero que a su vez permiten con amabilidad la llegada de lectorxs no especializados. Esta filósofa, difícil de clasificar porque ella misma se vive desmarcando, a los 20 años andaba rapada por las calles de París esperando que sus preguntas y entusiasmos fueran atendidos nada menos que por el profesor estrella Jacques Derrida, quien finalmente le abrió las puertas, y la cabeza también. Ahora, con sus 41 luce el elegante bigote que las inyecciones de hormonas y su práctica experimental con el propio cuerpo le han legado. A lo largo de esta entrevista se nombrará a sí mismx en masculino, como viene haciéndolo hace un tiempo desde que reniega de las categorías de mujer, lesbiana y transexual para definirse. En esta especie de visita guiada por su derrotero académico que va desde su educación con los jesuitas en Burgos hasta la constitución de esta pareja explosiva que forma con la francesa, ex prostituta y escritora Virgine Despentes. “Yo he tenido un exilio frente a lo femenino, a la sexualidad lesbiana luego y he tenido también un exilio frente a la realidad transexual.”

En el origen, fue el dildo

Primero fue su libro Manifiesto contrasexual, que apareció en 2002 y que ella misma definió en su momento como “un elogio del ano porque es el único órgano sexual universal”. Ese libro era eso y mucho más, un golpe duro y tan potente como un dildo contra la mirada que entiende como normal a todo lo que provenga de la división en dos sexos y el modelo heterosexual. Ese Manifiesto, que la lanzó a la fama y a lo más alto de la academia, era una crítica ácida, una deconstrucción, por usar palabras de su maestro Derrida, de la naturalización de sexo y del sistema género con el objetivo de “construir una sociedad de equivalencia”, de “sujetos parlantes” que establecerán relaciones sexuales de forma contractual. Ella propone allí la formulación de un contrato sexual llevando el sexo a ese terreno de los intercambios previos y formales. Y propone, como consecuencia, considerar como una violación todas aquellas prácticas sexuales que se lleven a cabo sin la firma de dicho contrato. Este gesto deja a un lado a la tan sobrevalorada espontaneidad o naturalidad (¿animalidad?) por un contrato racional. Preciado, además de correr el sexo de los lugares que solía frecuentar, en aquel libro defiende una sexualización de la totalidad del cuerpo, mientras elabora una teoría y práctica de las tecnologías del sexo donde la figura del dildo o prótesis productora del placer no sólo ocupa un rol protagónico sino que es desmitificado ya que, como ella misma expresa, este objeto de plástico “no imita el pene sino que lo sustituye y lo supera en su excelencia sexual”.

Nacida en Burgos en 1970, estudió filosofía y bioética junto a los jesuitas en Madrid, para continuar su recorrido de la mano de grandes pensadores como Derrida, Agnes Heller, en la Universidad New School for Social Research de Nueva York. Realizó estudios sobre Teoría de la Arquitectura en la Universidad de Princeton, de donde saldrán las primeras líneas de Pornotopía, su última publicación premiada por la editorial Anagrama en la línea de ensayo. Desde mediados de los ‘90 vive en París, da clases en el departamento de “Técnicas del cuerpo” de París VIII, donde trabaja sobre teoría del género e historia de la performance.

Es famosa ya su dupla y su pareja con la también activista y escritora francesa Virginie Despentes, quien este año ha sido premiada por la crítica por su libro Apocalypse bébé, con quien comparte no sólo su cotidianidad, sino su pasión por la escritura y múltiples proyectos entre la pedagogía, el cine o simplemente vivir.

–Burgos, al norte de España, no parece ser el mejor lugar para un despegue queer. ¿Qué estudiaste y dónde? ¿Cómo fueron tus comienzos?

Durante mucho tiempo fui como un receptor pasivo del sistema educativo. De varios sistemas educativos distintos, empezando por el sistema educativo español. Porque en los años ‘70 en España y en una ciudad como Burgos mi educación no pudo ser otra cosa que conservadora en todos los sentidos. Luego me fui a estudiar filosofía con los jesuitas, que me pudieron parecer conservadores pero en verdad no lo eran. La escuela de filosofía de la universidad central era más conservadora que los jesuitas, que estaban en plena revolución de la Teología de la Liberación liderada en Barcelona por el teólogo Jon Sobrino, de quien hoy sus trabajos sobre cristología, eclesiología y espiritualidad de la liberación no tienen permiso para ser enseñados en escuelas católicas. En fin, que los primeros momentos de intensidad política a esa edad yo los viví con los jesuitas. Claro, no se estaba leyendo filosofía postestructurada ni Foucault, ni nada de eso pero ya estábamos viendo a Spinoza y Marx.

–Y la relación entre filosofía y acción que recorre toda tu vida y obra, ¿es un legado del feminismo?

–Para mí la filosofía nunca fue sólo una práctica teórica, sino una práctica social y no es algo que aprendí con el feminismo. El feminismo de Madrid en esa época era un feminismo ilustrado, blanco, heterosexual, mucho más conservador que el de hoy en día. Me resultó imposible acercarme a trabajar allí como lesbiana, cuestión con la que ya me identificaba desde niña.

–¿Por que te fuiste de España?

–Me di cuenta de que no podía seguir en una situación de cortocircuito total y lo único que pensé es “debo salir de aquí”. Desde súper pequeña nunca me he podido identificar con un lugar o país. Mi relación con el afuera siempre ha tenido que ver con la posibilidad de encontrar otro mundo. Así que pedí una beca Fulbright y me fui a EE.UU.

–¿Cómo fue ese encuentro con la sociedad estadounidense en plena década de los ‘90, con pensadores como Agnes Heller y personajes del ámbito de la militancia como Jackie Alexander?

–Llegar a los EE.UU. fue como empezar de cero. Allí me encuentro en plena situación de proliferación de los estudios queer y una expansión de los discursos extraordinaria. Llegué en un momento en que los cambios era constantes: un día te apuntabas al Women’s Study, al otro día el Women’s Study era Gay Study y al día siguiente se llamaba Queer Study, tres días después el cartel decía: Postcolonialista. Me refiero a esos años justo posteriores a las políticas de sida y de la crítica a las “políticas de identidad”. Entonces todos los grupos políticos en Nueva York estaban muy expuestos. Es un momento casi de duelo de la política.

Yo en principio me fui al departamento de Filosofía. Allí fue donde conocí a Derrida y a Agnes Heller.

–Además del estudio me imagino que aquello sería un hervidero de experiencias.

–Bueno, de entrada voy a la Calle 13 donde está el centro gay y lesbiano de Nueva York. Entonces yo era gay y lesbiano. Voy allí a tomarme todos los seminarios con Derrida, Agnes Heller y conferencias de Judith Butler, en persona. Porque, claro, la figura allí realmente importante era Butler. Para mí es una persona fantástica. Una bruja blanca del feminismo negro. De alguna manera es en sus clases y conferencias que me di cuenta de que lo que yo haría tenía un nombre muy claro: Filosofía Política Feminista Postcolonial. Me meto en un taller de Sadomasoquismo lesbiano, donde me encuentro con mis colegas alemanas. Durante el día nos juntamos y leemos y discutimos “Hegel en el Africa” y por las noches voy a talleres de Sadomasoquismo.

Allí me dedico, por primera vez, a medir el tamaño de los látigos, comenzando realmente a compartir y a convertirme en un conocedor de las técnicas y de toda una serie de prácticas. Para mí, que era relativamente joven en ese momento, todo eso lo debía hacer con una devoción absoluta.

Vivía en un delirio constante. Por un lado leyendo a Derrida, por otro con la teoría queer y por otro los talleres Drag King que seguía sin siquiera darme cuenta de que la cultura drag king estaba emergiendo. Súmale tremendas broncas entre las feministas radicales por lo que nosotros estábamos viendo en los talleres.

–¿Cómo se gesta tu primer libro, Manifiesto contrasexual y cómo hace su ingreso allí la figura tan protagónica del dildo?

–Empecé a trabajar muy joven, di mis primeras clases a los 19 años en la escuela de medicina en la cátedra de Bioética con cuestiones que para mí aún no estaban muy elaboradas, porque aún estaba en un marco relativamente cristiano. En ese momento comencé a trabajar sobre el transplante de órganos y a escribir sobre el transplante de seno. De allí saldrá lo que más adelante será el Manifiesto contrasexual. Allí divagaba sobre la posibilidad de trasplante de órganos sexuales y la producción de hormonas sexuales que no existen. Un delirio que no tiene nada que ver con lo que se estaba viendo en la facultad en ese momento.

–Manifiesto parece tener el sello Derrida en lo referido a la deconstrucción de las prácticas sexuales.

–En realidad es un texto que escribí para Derrida. Trabajando con él sobre San Agustín y sobre lo que, hablando con él, podría describirse como un problema de transexualidad en San Agustín, su conversión como transexualidad. Derrida en ese momento en los EE.UU. era una especie de estrella de rock. Yo estaba con mi cabeza rapada y mi maletín esperando día a día delante de su puerta para ir y decirle... por favor señor... blabla. Hasta que efectivamente un día me dice: “Bueno, qué quieres”. Estando en Francia, aparece la posibilidad de hacer un curso de Teoría de la Arquitectura. Derrida, que es un loco, me llevó a esto.

–¿Qué tiene que ver la sexualidad con la arquitectura?

–Yo estaba estudiando sobre la corporalidad y más específicamente la historia de las tecnologías, pensar el cuerpo, el género como tecnología. Derrida me envía a Princeton al departamento de Teoría de la Arquitectura, no por la arquitectura en sí misma sino para pensar más allá de la construcción. Este paso que parece muy loco es fundamental en mi trayectoria. Pensemos que todo el discurso feminista estaba montado en torno de toda esa especie de cántico de “la construcción social y cultural de la diferencia sexual”. Cuando llego al departamento de arquitectura, los arquitectos cada vez que hablo de género como construcción sociocultural, me preguntan a qué tipo de construcción me refiero. Lo que es lógico, pues es propio del lenguaje de la arquitectura, ¿no? A partir de eso me pongo a pensar que quizás es posible que me tenga que dedicar a hacer una historia más específica de las técnicas de construcción de género. Cuál es la relación más clara entre arquitectura y sexualidad como un conjunto de técnicas de construcción. Por eso me dediqué a prestar atención a las prótesis sexuales, específicamente los dildos. Me interesan porque de alguna manera son como órganos indefinibles, en términos de Derrida. No son propiamente órganos, pero tampoco son objetos. Tomo técnicas muy precisas de los historiadores de la arquitectura para hacer la historia del dildo como parte de la historia de las tecnologías de la sexualidad.

¿Cómo reaccionaron tus compañeras feministas?

En la historia del feminismo la aparición de los dildos constituyó toda una polémica, siempre fueron vistos como la “redención del sexo masculino” que al final oprime, etc., etc. Y la verdad es que no era así en las prácticas que yo había tenido en mi vida.

No son iguales las versiones del mismo libro en cada idioma al que fue traducido.

El Manifiesto es un texto multilingüe y que no es igual, no es el mismo en cada versión. Aquí se agrega un elemento más para mí que es constitutivo: pensar también esa sexualidad en relación con el exilio. El no territorio o la multiplicidad de territorios posibles, o la traducción como modo específico de comunicación y el exilio como posibilidad sexual.

Tu último libro, Pornotopía, también toma elementos de la arquitectura pero esta vez asociadas con las publicaciones pornográficas.

Sí, ese libro nace de analizar la revista Playboy dentro del marco de las tecnologías del sexo, ya que la pornografía es una tecnología visual. Ahi me doy cuenta de que las revistas publicadas entre 1954 y 1965 reproducen siempre el mismo plano arquitectónico, están dedicadas a la producción de este nuevo espacio de soltero, un ámbito diseñado para el placer masculino.

***

Beatriz Preciado consigue eludir toda clasificación desde la ropa que usa hasta el modo en que habla y la sensualidad que emana. Parece de vuelta de todo y a la vez siempre buscando. Cada vez que se le pregunta por aquella experiencia con la testosterona, que sigue consumiendo en pequeñas dosis, responde sin molestarse por la insistencia que reaparece en cada entrevista: “No, no lo hice para convertirme en hombre. Aquella intoxicación voluntaria sin protocolo médico yo estaba significando que mi género no pertenece ni a mi familia, ni al Estado ni a la industria farmacéutica. Fue una experiencia política.”

Si tuvieras que elegir, ¿qué destacarías como memorable de esos días de consumo de hormonas, de experimentación mutante? Dicho de otro modo, ¿qué sentías?

Es una droga que me vuelve lúcido, enérgico y despierto. Lo puedo comparar con lo que sentí la primera noche que hice el amor con una chica. ¿Por qué será que esos aspectos son considerados atributos masculinos?